Será por las hormonas o quizás por la concentración de emociones pero cada año me pesa más la Navidad.
Agradezco los mensajes (más o menos personales) y las felicitaciones propias de la época y, como no, deseo lo mejor para todo el mundo.
Entonces ¿Por qué me pesa tanto la Navidad?. Seguramente porque lo veo todo demasiado forzado, denso y aturullado. Parece que hay que condensar en unos días (más o menos, según caiga el calendario) múltiples sentimientos, sensaciones, deseos, propósitos, encuentros y desencuentros. Cuesta digerir todo esto.
Acaban los días festivos y siento cierto alivio e incluso más ganas de celebración. Tengo la sensación de que vuelven los días «de verdad». La vida real y los retos más genuinos están en los lunes, martes, miércoles, jueves y viernes. Estos cinco días son los que hay que «trabajar» desde los mejores sentimientos y sensaciones para ser felices de verdad.
Reducir el 2017 a fines de semana, festivos y vacaciones parece el propósito real de la rutina y de muchas de nuestras acciones y conductas. Parece que nos sobrase vida.
Propongo un brindis: brindo por el 9 de enero con su lunes, su cuesta, sus kilos, su resaca, su sueño y demás complementos y también brindo porque haya muchos más cargados de buenas intenciones, agradecimientos y disfrute de los pequeños momentos de la vida.
Brindo por quienes ven cada día como una pequeña revolución de la rutina y van contracorriente: que se «mojan» aunque su tejado esté sequito y por quienes se alejan de la mediocridad buscando algo mejor para todos.
¡Que viva la cuesta de enero! para quien la tenga o la sienta. Las cuestas están para subir. Una vida «llana» no es una vida. Que se lo digan al electrocardiograma.