Hizo una experimento precioso. Mezclaba diferente sustancias y aparecían diferentes colores. Los niños estaban perplejos y entusiasmados. Cada sustancia era una emoción, cada mezcla un sentimiento y cada explosión un estado de ánimo. Y, por fin, salió el amor.
Con dulzura les contó que el amor era como ese «mejunje» que habían hecho: un precioso compuesto de alegría, tristeza, miedo, asco, sorpresa e ira. Si faltase alguno, ya no sería amor.