¿Cuántas veces te lo has preguntado?. Habrá más de una ocasión en la que clamas al cielo suspirando y lanzando la pregunta al aire. Da mucha rabia ver cómo una y otra vez nos tropezamos con la misma piedra y, todo hay que decirlo, la piedra no tiene la culpa.
Una vez más hemos confiado en quien ahora creemos que no es de fiar, hemos hecho o dicho algo que ya sabemos qué consecuencias trae, no hemos hecho o dicho algo y nos hemos quedamos con las ganas, etc. Y es que, por algún motivo, olvidamos tan rápido como aprendemos. ¿Por qué será? Estas son algunas posibles respuestas:
– No aprendemos porque realmente NO QUEREMOS. Me explico; aunque en muchos momentos nos genere decepción, es posible que entre nuestros valores esté la confianza, la honestidad, compartir, ayudar, lealtad, etc. y somos fieles a ellos. De alguna manera nos compensa ese «pesar» porque lo que sí sabemos es que nadie es feliz si vive dando la espalda a sus valores.
– No nos INTERESA. Nos dejamos tropezar porque nos genera algo positivo. Amistades, parejas, hijos o relaciones laborales que en muchos casos nos suponen grandes piedras en la que tropezar pero que, por otro lado, suponen importantes aportes positivos.
– Tenemos MIEDO. Aprender suena bonito pero también implica la necesidad de afrontar cambios y tomar la acción. En muchas ocasiones el miedo aparece tal y como es; en otras se camufla en pereza y excusas más que razonables para no poner en práctica lo aprendido.
– No sabemos o no queremos DESAPRENDER. Hay quienes tienen la creencia de que no hay que volver atrás. En cuanto al aprendizaje se refiere volver atrás es más que necesario para desaprender. Romper con los lazos, razones y emociones que sostienen ciertos aprendizajes es fundamental si queremos desaprender para aprender más y mejor.
Si queremos ser libres para elegir hemos de ser conscientes de cómo y para qué lo hacemos.
Aprender es muy importante pero aún más lo es saber qué hacer con lo aprendido.