No sé porqué he tardado tanto en hacer un post sobre mis orígenes.
Recuerdo cuando durante mi niñez y parte de mi adolescencia si te llamaban pasiega era el peor de los insultos. Cuánta ignorancia la mía y cuánta ignorancia la de quienes me la contagiaron.
Quien quería dañar unía el concepto pasiego a la «falta»; falta de cultura, falta de cuidados, falta de criterio, falta de posibilidades, falta de información, falta de higiene, etc. Nada más lejos de la realidad.
Sí, la forma de vida de los pasiegos (estamos hablando de hace ya varios años) no era precisamente fácil, cómoda ni atractiva para los demás. El pasieg@ (generalizando) no se ha visto como una persona instruida, diplomática, discreta, cuidada o comunicativa. El que no se haya visto, no significa que no haya sido (a su manera).
Sobrevivir y progresar en la montaña no es fácil. Marca el carácter. Y ese mismo carácter es el que hace de los pasiegos (volvemos a generalizar) gente de palabra, de esfuerzo, irónica, ágil y resolutiva. Ahí es nada.
Quienes llevamos la sangre pasiega no somos ni más ni menos que los demás pero, eso sí, tenemos el plus que marca un pueblo peculiar y particular que ha sabido superarse como nadie y que, más allá de todo lo evidente, ha sabido adaptarse a los tiempos sin perder ese «punto» que da la montaña.
Cuántas emociones esconde la montaña y las seres que la pueblan y la poblaron; lecciones de vida por doquier.
Y aquí, una humilde pasiega reivindica el orgullo de ser ciudadana del mundo sin olvidar las raíces de una misma y de quienes le han dado la vida. Qué bonito tener raíces y qué honra ser consiente de ellas y plantar semillas de lo mejor de cada una una.