Probablemente sea yo la única que recuerde esta anécdota. Después de todo ha pasado mucho tiempo y éramos muy pequeñas. Hace más de 30 años estábamos con mi padre y nos encontramos con un conocido. Ah!, ¿Estás son tus hijas? preguntó-Sí, respondió mi padre. Esta es la pequeña y esta la mayor, añadió señalándonos.
No recuerdo ni el lugar, ni la edad, ni la cara ni el nombre del conocido pero sí se quedó en mi memoria (la de largo plazo ) aquella frase: «Qué guapa la pequeña y qué pena la mayor».
«La mayor» era yo.
Lo he superado, si no fuese así no escribiría estas líneas pero mis dolores de cabeza me ha traído esta «frasecita» (especialmente en mi adolescencia).
¿Por qué lo comparto? Pues sencillamente porque me apetece recordarme y recordaros que el lenguaje tiene mucho peso en nuestra autoestima y por tanto, en nuestra vida. Que, aunque nos cueste, es mejor tragar saliva y omitir ciertas apreciaciones SUBJETIVAS( especialmente aquellas que van dirigidas a las características o habilidades de los niñ@s). Si no sabemos o no podemos hacerlo en positivo, con buena intención o con buen tono, mejor no hacerlo.
«La mayor» consiguió desde hace años hacer de esa frase un aprendizaje pero hay quienes viven marcados por heridas, hechos y comentarios de la infancia. Son heridas no cicatrizadas que conscientemente o inconscientemente están presentes en nuestras vidas; miedos, inseguridades, dudas, creencias limitantes o egos «empachados».
Seguro que tú también tienes tu «frasecita». ¿Te atreves a compartirla?. Es sanador.