Vivo en una burbuja; mis días se van entre palabras, pañales y micromundos. A cada uno este lío nos pilla en una etapa vital diferente.
A sus 7 años a Jon le motiva la idea de no tener que ir al colegio al tiempo que añora cada día más a sus abuelos y primos. Echa de menos la libertad del pueblo, correr con el balón y comer fuera. Le he prometido que cuando todo esto pase iremos a un restaurante. Aún así, es responsable y tiene el «Quédate en casa» más que presente.
Niko le lleva como puede. El Coronavirus le ha pillado en mitad de una crisis personal propia de la edad. La llegada de su hermana se ha sumado a ese vaivén de emociones . Tres años le son suficientes para entender que hay que esperar para poder salir de casa y, entre pataleta y pataleta, insiste en que si estamos tristes nos cuidaremos.
Malen aprende sin descanso de sus hermanos. Aparentemente ajena a todo lo que sucede su máxima es conseguir arrastrarse lo máximo posible para cogerle los dibujos al mediano y el mando de la Play al mayor. Cuando salimos al balcón sonríe y cierra los ojos dejándose querer por el sol, por las nubes y por el aire. Entre sus avances y la más que previsible salida de algún diente está más que ocupada.
Seguir rutinas nos ayudan a mantener un caos ordenado. Las risas y los llantos se suceden a la velocidad del rayo; el día es intenso. La cunas y las camas nos reciben agotados.
Y, de la manera que podemos y sabemos, acostumbramos a recordarles lo importante que es estar agradecido a quienes se esfuerzan por nuestro bienestar.
Si cuando volvamos a la «rutina» (aunque sólo sea un poquito) te sorprendes a ti mismo diciendo, pensando o deseando volver a tiempos del Coronavirus es que no has aprendido nada. Una cosa es saber adaptarnos y sacar lo mejor de cada situación y otra entender que esta situación es un mero sin-pas global para volver a la «normalidad».
Porque, a lo mejor, lo que considerábamos normal (nuestra vida antes del Coronvirus) en muchos sentidos es tan anormal como los está siendo la situación generada por la pandemia.
No soy partidaria de estar pendiente a todas horas de las noticias, ni mucho menos, pero sí lo soy de verlas todos los días. ¿Para qué? Para ejercitar la empatía, para saber qué está pasando más allá del calor más o menos agobiante de nuestro hogar, para recordar que ahí fuera ( a donde no de dejan salir) hay personas que lo están dando todo porque tú y yo volvamos cuanto antes a hacer vida social. Todos sus esfuerzos no tienen otro sentido que el de salvar vidas, cuidar y proteger a los más débiles, «limpiar» de Coronavirus las calles para que pronto levantes las persianas de tu negocio y sonrías a los ojos.
Y es que es humano que perdamos consciencia de lo que verdaderamente está pasando. Es humano querer evadirse y agarrarse a la certidumbre que nos da todo aquello que creemos que controlamos. Mentira, no controlamos nada de lo que pasa a nuestro alrededor, sólo podemos controlar cómo reaccionamos ante ello. Pero eso cuesta, y mucho. Es más fácil izar la bandera de la queja; no hay forma de que nadie acierte ni con lo que diga ni con lo que haga. No hay un mínimo de consenso en cuestiones tan básicas como la unión en momentos de crisis.
Lo que ya no es digno de un humano con más de dos neuronas y ganas de avanzar es que sigamos haciendo las cosas igual. ¿Algo habremos aprendido, no?. Aunque no sea más que a no derrochar el papel higiénico.
Si hubiese un dron por ahí pululando o los extraterrestres nos estuviesen vigilando seguro que estarían flipando. A millones de kilómetros de la Tierra sólo se vería una gran bandera; la QUEJA. ¿Y estos son los seres avanzados? Parece una broma del Mundotoday.
Si, cuando volvamos a nuestro trabajo, a nuestras relaciones sociales, etc. nos acordamos frecuentemente de los días de pandemia es que hay alguna lección que no hemos aprendido.
Por el momento yo me estoy aprendiendo esta:
- Todo es posible, todo puede ser y suceder; ¡adáptate coño!
- Carpe Diem. Disfruta el momento. Es lo único que tienes.
- Bandera de la queja a media asta. No la quito del todo porque igual me da un «patatús». Mantenemos alguna queja pequeña para sobrellevar el «mono».
- Autosuministro de emociones beneficiosas. Si espero que lo hagas algunas personas en las redes sociales lo llevo claro…
- Cuando «me suelten» me esforzaré por hacer mejor las cosas.
- «Cuando «me suelten» seguiré sintiéndome libre para dar mi opinión. Con respeto y con firmeza. Suspiro, porque eso a veces cuesta.
Mil gracias a todas aquellas personas que cada vez que abren la boca lo hacen para aportar no sólo ánimos y energía positiva sino también datos e información relevante que busca ayudar y no manipular. Mil gracias a todas las personas que física o virtualmente suman con sus esfuerzos, conocimientos y actitudes.
A pesar de todo, hoy más que nunca sigo creyendo en las personas. Creo en mi y creo en ti. Creo que muchas personas que hacen daño lo hacen porque se sienten heridas y, algún día, volverán a sentir la paz y el alivio que supone vivir sin el peso de rabia.
Hablamos mucho del aprobado general de los niños en el colegio. Y los adultos ¿Hemos aprobado?, Y tú, si tuvieses que puntuar a alguien como tú, ¿qué nota te darías?.