Se acaban tus días marzo y en Bilbao el cielo quiere llorar. Tú no has sido un marzo como cualquier otro; tu primavera nos ha pillado invernando. Nos has dado un lección de esas que todavía está entrando con sangre y aún no sabemos para qué servirá.
En mi casa, quiero decir, dentro de mí se lleva como se puede. No te voy a negar que para mí el confinamiento no es un gran esfuerzo y me ha permitido estar más tiempo con mis hijos y marido y reflexionando sobre cómo hago y cómo quiero hacer las cosas. A veces escuece. Y desde hace unos días llaman más a la puerta dos inquilinas que creía controladas; la pena y la culpa.
La primera emoción se presenta en forma de lágrima fácil, pensamientos que se pasan de empáticos al imaginar cómo se estarán sintiendo algunas personas en están sufriendo en primera línea esta situación. A mi mente vienen imágenes de personas enfermas solas, sanitarios que tiran de humanidad cuando no hay nada más, familiares inmersos en el dolor, la impotencia y la incertidumbre, enfermos con alguna adicción y que no pueden salir de casa, personas sometidas a malos tratos encerrados con quienes les agreden, seres a los que asusta más la soledad que el hecho de contraer el virus… No sé, a veces es no puedo con ello.
La segunda, la señora culpa ha venido hace poco y creo que alargará su estancia. Paro de escribir porque viene Jon a darme un beso y Niko me dice que él también me quiere mucho. Me siento culpable por vivir tan bien; por no poder hacer algo. En ocasiones fantaseo con la idea de saltarme la cuarentena y sentarme todo el día a la salida del hospital de Basurto. Allí, cada vez que salga un sanitario le daré las gracias le abrazaré con todas mis fuerzas y le acompañaré a casa para que se desahogue y llore conmigo por el camino. Qué tontería verdad?
Otras veces imagino que me puedo quitar las manos y se las dejo a las personas que están enfermas; guardarían todo mi calor y calmarían la soledad de la enfermedad porque se adaptarían a su cara o a sus manos cubriéndolas con amor protector. El hecho de tener una mano a la que agarrarse alimenta las fuerzas y la esperanza. Deberían inventar algo así.
Marzo, hasta el momento, a falta de flores, me dejas estas reflexiones:
- La vida es cambio.
- El mundo está más vivo que nunca y se defiende.
- Esto no pasará no; esto continuará en la medida en que ha habido un antes y un después del Coronavirus.
- Muchas personas somos empáticas y deseamos el bien para todos.
- También hay otras personas que no han «despertado».
- Esta situación es como una vida en un videojuego; o la pasamos bien o tendremos que repetir.
- Me esforzaré más en ser mejor persona; conmigo misma y con los demás. Con el Coronavirus también van a morir prejuicios, desconfianzas y pasados.
- Ahora poco puedo hacer, pero cuando acabe el confinamiento, algo idearé.
- A pesar de todo, la vida merece la pena.
- Gracias.
El cielo sigue llorando; en algunos sitios con lágrimas blancas. En mi hogar hay actividad y calor. En mi, un poco de paz.
Gracias a quienes estáis ahí, leyendo tras esas pantallas que pierden su frialdad al calor de las emociones.
Y que no decaiga porque la llave somos nosotros.